El sireno

En febrero empezamos las clases de natación. Desde el primer día fui la mayor pesadilla de Jose, el Profe, que decía que había que coger material, pues yo no, que hay que ir sin burbuja, pues yo no me la quiero quitar, que me toca el churro verde, pues quiero el rosa...

Su infierno personal empeoró en el último mes de clase cuando en vze de cosas pequeñitas lo que quería era tirarme sólo o hacer aguadillas, y la ultima semana mi fijación era bucear. Vamos, que podía decir misa que yo iba por debajo del agua y listo.

A principio de verano la cosa no empezó especialmente bien. Lo de tirarme a la piscina, lo de usar la burbuja, o lo de meterme al mar... Bueno, que no me apetecía pero como el "buó" es muy pesado y poco a poco empecé a remojar el culo más a menudo. Primero con manguitos, luego sin ellos, primero en la piscina de los peques, luego en a grande y ya en julio lanzándome desde el puente y buceando a las escaleras sin ningún pudor.

Puede parecer normal pero la urbanización entera estaba entre horrorizada e hipnotizada con el bebé nadador. Los había que simplemente querían aportar su sabia opinión sobre por qué no debo tirarme desde el puente, o los que simplemente me dejaban por imposible.

A estas alturas la autonomía en el mar y en la piscina sin manguitos es prácticamente total. Eso significa que "buó" me tiene que perseguir por toda la piscina y subir y bajar escaleras como un descosido y va a acabar herniado.

En la breve estancia en Madrid el socorrista de la piscina generó también un odio profundo hacia mi gran capacidad de lanzarme cada vez más lejos y cuando se enteró de mi edad no sabia si hacerse cruces, echarse a llorar  o prohibirme la entrada. 

Aún queda verano por delante, piscinas que ocupar en temporada baja si el tiempo respeta un poco en septiembre y a este paso cuando vuelva a natación me ponen en el equipo olímpico... Aunque bien pensado es posible que a José le de un síncope cuando me vea entrar y listo...

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