Hace mucho tiempo que vengo haciendo esta reflexión. Son cosas como los cumpleaños, las navidades, o los veranos cuando pienso en el esfuerzo que están (o estamos) haciendo los padres para que los peques sean lo más felices posible. Eso incluye maquillar algunas cosillas, gastos desproporcionados en alguna celebración o agendas veraniegas adaptadas 100% a las criaturas. Pero a pesar de que encontrar el equilibrio es difícil creo que hay varios factores que no tenemos en cuenta a la hora de valorar nuestras actuaciones. ¿Crees que nos estamos pasando con los niños?
1. La compensación
Creo que en el caso de padres trabajadores el exceso en ocasiones puntuales viene de la mano del sentimiento de culpa. De las veces que no estamos porque tenemos que trabajar dentro o fuera de casa. Por las ausencias y las extraescolares del curso. Esa ausencia se suple con regalos o detalles ocasionales (o no tanto) para que los niños sientan ese apego que no ha hecho el roce de todo el año. Una consola por el cumpleaños, un salón lleno de regalos en navidad, parques temáticos en verano...
2. Las propias expectativas
Otras veces quizás tenemos referentes de nuestra infancia. ya sea en una dirección o en otra. Si algo nos gustaba de pequeños lo repetimos, si algo nos faltó intentamos que a ellos no les pase. Vamos poniendo parches a nuestros propios traumas a través de nuestros hijos.
3. El coronavirus
Os va a parecer una tontería pero creo que en una franja concreta de edad el coronavirus ha hecho que muchos niños hayan perdido determinadas experiencias vitales y los padres intentamos rellenarlas (más mal que bien).
Pongo un ejemplo. El otro día encontré en la cartera un vale para las atracciones del centro comercial. Llevaba allí año y medio, el tiempo que hemos dejado las rutinas. En ese tiempo todas las atracciones que solía usar ya no son de su edad. Algunas incluso por su tamaño las tiene ya prohibidas. Le quedaban tres viajes. Podía haber sido un castillo hinchable a la salida de un cine, o un recorrido en los coches una tarde que hubiéramos ido a merendar. Una tarde de hace un año que nunca llegó. Me invadió una profunda tristeza. Como si fuera culpa mía que ese vale nunca se hubiera usado. Me quedé mirándolo un rato grande. Muy fijamente. Y cuando pasó una niña por mi lado de unos 5 años se lo regalé a su madre. Creo que no voy a olvidar nunca lo mal que me hizo sentir ese trozo de papel.
Ahora me he dado cuenta de que el ahora es lo único que cuenta y que no es posible aplazar cosas. Y eso casi es peor porque a cada plan que me ofrecen digo que si. Sin pensarlo. por si nunca se puede repetir. y creo que tengo que echar el freno aunque reconozco que es bastante divertido (ojo, dentro de la responsabilidad y las cosas que se pueden hacer, no estoy tan loca).
4. El culo veo
Yo no era de querer cosas porque las veía a los demás pero reconozco que las redes sociales han alimentado mi afán consumista. Es ver una foto de un paraje o un plan y los anoto delicadamente en la agenda de cosas pendientes. Lo cierto es que no nos faltan las ideas pero también que igual que a veces apunto cosas para vivir experiencias también apunto cosas de consumismo de lo más básico. Incluso para mi. Así que si los niños estaban hiper regalados ahora están hiper regalados de cosas que nunca usarán. Creo que puedo hacer una lista de más de 20 personas que compraron juguetes de maderita y que solo sirvieron de decoración en casa porque sus hijos querían Legos, Barbies o cochecitos. Un propósito bonito sería escuchar más lo que piden razonar si lo piden de verdad y dejar de comprar cosa que me gusten a mi. ¡Basta de meter cosas en casa! Así el crecimiento de Wallapop se ha ido de las manos.En resumen, creo que hay que plantearse dónde reside la verdadera felicidad de los niños ¿Estoy loca o hay alguien más como yo ahí fuera?
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